Un día
como otro cualquiera hice girar una moneda en el aire y caí en la cuenta de que
tras ella había toda una historia que contar. La lanzaba una y otra vez pero no
era capaz de ver ambas caras al mismo tiempo; obstinado y estúpido, pero para
mí es fundamental poder verlo todo de un solo golpe de vista. Por más que me
esforzaba no era capaz de ver las dos caras al mismo tiempo. Sí o sí, debía
confiar en que la otra estuviese allí para completar la moneda. Qué curiosidad.
Escribir una historia es cuestión de pura confianza.
La
historia de esta moneda comenzó yendo a la ferretería para conseguir una
segueta fina y una sargenta para fijarla en algún sitio. Le conté mi caso al
ferretero y me recomendó lo que debía utilizar mejor que una segueta; una vez en
casa aparté una mesa del salón y monté la moneda en la sargenta. La no-sé-qué
que me vendió el dependiente parecía hecha para ser manejada por un experto
pero a mí no me importó, sólo quería partirla por la mitad y ver las dos caras
al mismo tiempo. Teniendo las dos mitades ante mis ojos podría escribir la
historia y dormir en paz. Esperé algunas horas hasta que el silencio nocturno
me dejase tranquilo, enfoqué el flexo de la lámpara directamente sobre la mesa
y empecé a serrar. Aquello me pareció imposible porque tras cinco minutos
serrando la moneda no tenía más que unas marquitas que igual se las podía haber
hecho lanzándola contra una pared. ¿Y todo para qué? ¿Merecía la pena partir
por la mitad una estúpida moneda? Aunque la frustración era cada vez mayor
sabía que la historia merecería la pena, así que no dejé de intentarlo.
Fueron más de tres horas de sudor y esfuerzo
pero justo llegué a partirla por la mitad y sucedió algo que me no esperaba
para nada. Tonto de mí. Cuando abrí la sargenta saqué una mitad con la cara y
la otra mitad con la cruz, pero allí no había una moneda. Tomé la primera mitad
y le di la vuelta para ver la historia que debía estar allí, pero no había
nada: solamente un reverso rugoso y oscuro. Allí no había ninguna historia. Luego
tomé la otra mitad e hice lo mismo. Tampoco; nada. Ahora no tenía las dos caras
de una moneda para poder contar una historia que me había parecido ver, sino
que tenía dos monedas que por un lado tenían el diseño que las hacía monedas y
por el otro su verdadero diseño: un reverso rugoso y oscuro. Ahora me pregunto
¿cuántas monedas llegué a tener?